Se hace tarde y estoy cansada.
Lucho contra mis párpados que descienden lentamente,
contra mis manos que ya no quieren escribir,
contra mis piernas que comienzan a rendirse.
Sin embargo,
mi cabeza está más despierta que nunca,
atenta a cada pensamiento,
a cada sentimiento que anda flotando por ahí,
a cada latido de mi corazón,
a cada grito de mi alma.
Mi alma,
pura y transparente,
tratando de calmar al corazón que no escucha razones,
intentando ayudarlo a no caer de nuevo en la misma historia,
colaborando para evitar que se lastime de nuevo.
Ese corazón iluso,
tan desencantado,
tan ingenuo,
tan empecinado en cosas imposibles,
con tantas ganas de amar,
tan lleno de sentimientos.
Esos sentimientos,
tan genuinos,
tan incomprendidos,
queriendo salir a la luz,
queriendo cumplir la función por la cuál existen,
queriendo hacer feliz al corazón,
para que este logre poner al alma en paz.
Pero está la cabeza,
fría,
analizando cada pensamiento,
impidiéndoles a los sentimientos ser libres,
encerrando al corazón para que no se haga más daño,
y liberando solo al alma,
que sola no sabe más que expresarse a través de hojas de papel.
Hojas que se van con el viento,
palabras huecas que si no son expresadas en conjunto con el corazón y los sentimientos no tienen sentido,
suenan falsas,
irreales,
imprecisas.
Pero no significa que sean mentira,
sino que les falta algo.
Claramente si el alma se expresa sola no sirve,
lo genuino,
lo real,
lo perfecto,
es cuando la cabeza les permite al alma,
corazón y sentimientos juntarse un rato.
Juntarse a escribir,
a expresarse en esa hoja blanca de papel,
que ahora ya no se vuela con la brisa,
sino que está más en la tierra que nunca,
y nada puede moverla.
Porque la unión de alma, corazón y sentimientos pesa más que cualquier cosa,
es lo más puro que hay,
lo más transparente,
lo más inocente,
y con la ayuda de la mente,
que les da sentido a esas palabras,
se entrelazan de modo perfecto.
Ahora, después de su rato de libertad,
puedo ir a dormir,
tranquila,
con mi cabeza ocupándose sólo de ayudarme a soñar,
libre de estar atenta a cada pensamiento,
a cada sentimiento que anda flotando por ahí,
a cada latido de mi corazón,
a cada grito de mi alma.
Cosas que ahora pasan a ser la preocupación de esa hoja de papel,
que el viento no pudo llevarse.