Busco la manera de expresarme, espero que esto sirva. Encuentro mi lugar en el mundo con el simple hecho de abrir un libro.


26 de enero de 2015

NO FUE UN SUEÑO

Otra vez la misma plaza.
Ella había pasado una semana haciéndose esa pregunta una y otra vez:¿y ahora?
Quizás hoy obtenga respuesta.
Desde la última vez que se habían visto, su sonrisa no se había borrado, había tenido el alma en paz.
Solo la incertidumbre del futuro, cosa que ella no soporta, el azar, la preocupaba.

Lo vio venir a una cuadra de distancia por Santa Fe (sí, de nuevo) con su remera  de Los Piojos (sí, otra vez, a propósito, a pedido de ella), con su barbita de 3-4 días sin afeitar y la misma sonrisa de siempre, su salvación.
Mientras él caminaba esa cuadra, ella tuvo deseos de irse, de huir, se encontraba a sí misma asustada, temblando.
Se puso extremadamente nerviosa, esta vez, estaba sobria y para peor, había quedado en jugársela y decirle a la cara todo lo que le pasaba.


Él llega y le da un abrazo tan enorme que la piba decide quedarse y bancarse la que venga, teniéndolo enfrente, todas sus dudas se disipan.

Empiezan a charlar, a dar vueltas sobre temas de interés general, sobre cualquier cosa que ocurriera a su alrededor.
Menos lo que ella quería decirle.
Menos lo que él quería escuchar.

Van a comprar la primer birra, ella no soportaba el estar tan sobria y faltaban 4 horas para que el recital empezara.
Esta vez, a la entrada se la había dado apenas él llegaba, si decidía quedarse con ella, era por elección propia, no como la vez anterior.
Para pasar tiempo, ella con su celular le saca una foto a él, se sacan dos juntos y ella se saca una sola.
Hablan durante casi dos horas, dos birras de por medio, y llegan dos amigas de ella.
Eran cuatro ahora, y ellos dos seguían sin hablar lo que tenían que hablar, lo que ella quería decirle.

Se van de la famosa plaza, a buscar un grupo de amigos cuadras para atrás.
Los encuentran, pero como ella quería hablarle, mientras todos estaban en ronda charlando y tomando, ellos se quedan a un costado.

Ella, armada de valor, empieza a hablar.

Le dice lo que quiere decirle, todas esas cosas que se había cansado de repetirle por whatsapp y por chat.
Él, mudo, cobarde, no emite sonido. La escucha, paciente, y se escuda bajo un "pero yo no puedo jugármela por nadie, no es un problema tuyo, es mío".
Ella, harta, cansada, empieza a llorar. No un llanto tímido. Un llanto desgarrador, un llanto liberador, llanto de estar callada año y medio y no haber tenido los huevos de 
decirle todo antes, llanto que más que llanto era un ruego, un enojo consigo misma.
Llanto que significaba un posible punto final. Ella ya estaba desbordada y superada por la situación.
Mientras ella llora desconsoladamente, él la abraza, la abraza fuerte y no la suelta.
Ella, sigue llorando y hablando, no puede más, está cansada de dar todo y no recibir nada.

¿Qué sentido tenía todo lo que venía haciendo ese año y medio si del otro lado no había recibido siquiera un "me gustás"?
Ni siquiera un "te quiero". No. Nada.

De repente, ella deja de llorar.

Él le dice algo...No importa qué.
Ella responde.
Quedan frente a frente.
Él la besa.

¡Año y medio y por fin se la había jugado!

¿Cómo poder explicar la manera en la que le explotó el pecho de amor a ella en ese instante?
Lo que tantas noches la había mantenido en vela, eso que tanto había soñado, se estaba haciendo realidad.
El corazón se le salía del pecho, no podía parar de sonreír.
Lo tenía ahí, con ella, lo estaba abrazando fuerte y no lo quería soltar.
Él tampoco a ella.
Estaban abrazados, sin decirse nada.
¿Para qué hablar? ¿Para qué arruinar el momento?

Ella decide romper con el silencio. Era hora de entrar al recital.

Entran y se separan.
Ella prometió que en ciertos temas volvería a buscarlo.
Toca la primer banda. Se mantienen lejos. En el interludio ella va a buscarlo. 

Ya lo extrañaba. Lo abraza y se le pega cual garrapata.
Arranca la segunda banda, lo deja y se va con sus amigas, esperando que suene alguno de esos temas para ir a buscarlo.

Termina el recital. No suena ninguno de los temas que ella había dicho, pero se van, juntos, a tomar el colectivo.
Toman el mismo colectivo, como habían quedado antes.
En el medio del viaje ella lo mira fijo y después de pensar mucho le dice "por qué carajo sos tan lindo? la puta que te parió".
Él empieza a reírse, ella al verlo reír, ríe.
No había nada en el mundo que le gustara más que eso, él riéndose y mirándola, él ahí con ella.
Después de todo, él era el culpable de que ella sonriera todos los días, de que estuviera bien anímicamente, de que saltara por la vida al compás de una canción que 
solo ella escuchaba y solo él le podía cantar.

Él se bajaba primero.
La besa una última vez y se baja.

Ella, para variar, empieza a hacerse la cabeza, su inseguridad no la deja pensar, y las mismas preguntas de siempre la acechan.
Llegaba a borrarse y esta vez sí, le dejaría el alma rota en millones de pedazos.

Se queda en el colectivo pensando y pensando mientras el celular la interrumpe.
Tenía un mensaje de él.
Irse no se había ido.

Llega a la casa, se acuesta y mientras habla con él.
Estaba agotada físicamente pero no podía dormirse. Había sido el día más hermoso de su vida. Había logrado lo que quería y era más hermosa la satisfacción que lo 
que ella suponía.

Se queda dormida.

A la mañana siguiente se levanta angustiada, pensando si todo lo que había pasado no había sido más que un sueño y si en realidad él no se había borrado hacía ya mucho tiempo. Va al baño, se lava los dientes, vuelve a la habitación, se viste y agarra el celular. Al agarrar el celular tiembla, mira fijamente la pantalla, la prende, y ahí estaba, un whatsapp de él que ella no había leído por quedarse dormida.
Lo lee y sonríe.
No había sido un sueño, no había imaginado nada, todo había pasado y ahí estaba ella, con el pecho explotándole de felicidad y una sonrisa inmensa en la cara.
No le quedó más que responderle, ir a su galería de fotos y mirar las que había sacado la noche anterior.

No tenía dudas, el año y medio de espera había valido la pena.




21 de enero de 2015

DESPERTATE, DOLORES

Era la hora de enfrentar la verdad.
Tiempo largo había pasado y sus ganas eran las mismas.
Esos ojos que llenaban de luz sus partes oscuras se le fueron acercando.
Iba a pasar.
Iban a hablar.

Ella se pasó la mano por la cara, desde la frente hasta la pera, de izquierda a derecha. Los nervios hacían que se mordiera los labios, que jugueteara con las piernas, que rompiera las hojitas inocentes del pobre árbol que le tendía sus ramas/brazos en esa plaza.
Él no estaba mejor que ella, siempre había sido un pibe cauteloso, vergonzoso.
Ella no, siempre había sido extrovertida y sociable, el centro de atención en cualquier lado al que fuera.
Se saludaron, se abrazaron, bah, ella lo abrazó, muy fuerte, él solo recibía su abrazo.
Se sentaron, con una distancia entre los dos en la cual podría haberse sentado otra persona.
Ninguno se animaba a hablar primero, a romper el hielo.
Ella habló. Le sonrió y le dijo que tenía muchas cosas que contarle, que no quería callarse más.
Él le devolvió la sonrisa, y en ese instante, a ella se le iluminó el alma.

Dolores empezó a hablar (como siempre) y era imposible callarla, enganchaba tema tras tema de cosas que a ninguno de los dos le importaban, pero no quería que hubiera silencios. Los silencios la incomodaban, le activaban el bocho.
Decidió dejar de dar vueltas e ir directamente al tema principal.
Empezó diciéndole lo mucho que él significaba para ella, lo bien que le hacía, las ganas de tenerlo siempre al lado, de abrazarlo hasta dejarlo sin aire, de curarle las heridas y el alma, de ayudarlo a avanzar y de enseñarle a confiar.
Leandro se quedó mudo, si bien ella se lo había dicho por mensaje, veces anteriores, tenerla enfrente así, tan abierta de alma y exponiendo su corazón le tocó su fibra más íntima.
Sin darse cuenta, él se acercó y la abrazó, le nació de adentro. La abrazaba y no podía soltarla, no quería.
Ella, sin entender el no haber recibido respuesta pero sí un abrazo, temió lo peor.
Lo abrazó con todas sus fuerzas, pensando que esa era su despedida, que ya estaba, que él se iba a ir, que había vomitado toda su verdad al pedo, que lo había ahuyentado una vez más.
De repente, Leandro se separa, la suelta, se aleja y se queda tildado, mirando a la nada.
Ella se acelera, sus ansias pueden más, y mientras corre una lágrima por su mejilla le dice "listo, está todo bien, andate".
Él empieza a reírse, y entre risa y risa le dice "Calmate, Dolores, no me voy a ningún lado, me quedé mudo porque me pasa lo mismo, me haces bien, no quiero alejarme de vos".
Dolores se limpia la cara, lo mira y le dice "sos un pelotudo, Leandro ¡podrías haber hablado eh!" y se empieza a reír con tantas ganas que los fantasmas que la venían persiguiendo se disipan para siempre.
***
Le suena el despertador, Dolores se levanta y mientras se cepilla los dientes se acuerda del sueño que acaba de tener.
Pasa por la puerta de la heladera, y mientras agarra una empanada de carne que sobró de la noche anterior, se fija que el calendario marca que es jueves, esboza una sonrisa y dice en voz alta "hoy lo veo".
Se viste y se va a trabajar, pensando en el sueño, pensando en que dentro de poco era su hora de enfrentar la verdad y que esos ojos, los que iluminaban su oscuridad, se iban a ir acercando de a poco...

15 de enero de 2015

¿Y AHORA?

¿Cómo podía explicar ella la manera en la cual se le infló el pecho cuando lo vio venir de frente?
Aún peor, cuando le vio la sonrisa. Esa culpable de sus noches en vela, de sus insomnios y de sus sueños sin sentido.
 
Ella tiene pocos recuerdos de esa noche, bah, noche, de esa hora y media que lo tuvo enfrente, hora y media que tardó casi dos años en llegar.
Tantas angustias, tantos enojos, tantas puteadas, tantas risas en el medio, tantos llantos (de alegría y de tristeza), tantas noches en vela sonriéndole a una pantalla que, suponía ella, cada tanto devolvía la sonrisa.

Todo eso centrado en el momento en que lo vio llegar por Santa Fe, con su remera verde de Los Piojos, su barbita de 3/4 días sin afeitar y su sonrisa colosal.

No se acuerda exactamente qué sintió, cree que estuvo al borde del llanto, de ese llanto feliz y desgarrador que la libra de la tensión, ese llanto que significa "viniste, estás acá, sos real".
Sabe que automáticamente caminó a su encuentro, que lo abrazó. No sabe si le dijo algo, supone que sí. Cualquiera diría algo en esa situación.

Solo recuerda estar en sus brazos y no tener ganas ni fuerzas para soltarlo. Sentía que si lo soltaba se iba a esfumar, a desvanecer, que él era un fantasma producto de sus ansias.
 
No. Ahí estaba.

Lo había soltado y no había desaparecido.
 
Tenía que darle algo, y después era libre de irse.
Esa bendita entrada para el recital, esa que él no había ido a buscar hasta donde tenía que buscarla y que habían quedado en que ella se la diera en la puerta.
 
Por alguna razón no le dio lo que tenía que darle.
No quería que se fuera.
Lo quería ahí, con ella. 

Después de casi dos años de querer tenerlo enfrente ¿iba a dejar que se fuera a los cinco minutos de haber llegado?
¡NI LOCA!

No. Lo iba a "obligar" a quedarse con ella.
 
Egoísta, sí.

Reteniendo la entrada, reteniéndolo.
 
Buscó excusas para no dejarlo entrar al recital. Le convidó una birra. Él aceptó, claro... No se iba a negar a la Quilmes helada.
 
Y después no sabe, pocos recuerdos tiene de ese tiempo, pero hay uno latente, que se repite desde ese sábado cada vez que ella apoya la cabeza en la almohada:
 
Está él enfrente suyo. Los dos parados. Él se está riendo, con ganas y con la birra en la mano. Ella embobada. Mirando su sonrisa, la culpable de tantos mambos, la culpable de todo. Pensando que ese chico es su paisaje favorito en todo el mundo,  pensando en sus ganas de congelar el tiempo en ese momento, que la hora no pase, que él no se vaya nunca.
 
Después sabe que hicieron la cola para entrar al recital, juntos.

Entraron y se separaron.
 
Cada tanto ella le iba a cantar en la cara, cual resentida, esos temas que siempre hacen que el corazón le duela un poquito, que su herida sangre.
 
Termina el show, ella saca las cosas del guardarropas y tiene un mensaje suyo.
 
Ahí empieza lo feo, su miedo a que se borre, su angustia, sus ganas de salir corriendo a buscarlo.
 
No se borró, al contrario, agradeció la entrada y la Quilmes.
Y su entretenimiento de ebria esa hora y media que estuvieron juntos.
 
 
Volvieron a eso que tanto bien le hace a ella, horas interminables de charlas y risas, de secretos, bromas, puteadas (de ella), enojos (de ella) y celos (de ella, claramente).
 
Pero adentro suyo están siempre esas mismas preguntas:
 
¿Y si se borra de nuevo?
¿Y si no lo vuelvo a ver?
¿Y si no tengo nunca más su abrazo?
¿Y si cae con alguna mina?
¿Y si se cansa de soportarme?
 
De solo pensar esas cosas se angustia, se pone mal, se le llena el pecho de silencios.

No toleraría la idea de volver a "perderlo".
Sí, entre comillas, porque no es suyo, nunca lo fue, y duda que lo sea alguna vez, pero lo tiene, aunque sea hablando, lo tiene. No quiere perder eso, su presencia. Sin importar que sea a través de una pantalla.
 
Tanto tiempo y tantas cosas pasaron desde aquella vez que empezaron a hablar que no hay manera de vaticinar algún tipo de final.
 
Eso la mantiene en vilo.
 
No es capaz de comprenderlo, de entender qué cosas pasan por su cabeza cuando le dice que es lo mejor, que no hay nada igual a él, y él se ríe, sólo se ríe, no sabe qué contestar.
Siempre lo mismo.
Ella tirando las cartas sobre la mesa. 
Él jugando a lo seguro.
Y ni siquiera, porque así tirara todas las cartas estaría jugando a lo seguro.
Porque ella sabe qué quiere. Siempre lo supo.
 
Cualquiera le diría "¿para qué seguís insistiendo? Es una causa perdida".
Y sabe que lo es. 
Pero no puede alejarse, no quiere, de solo pensar que no lo va a tener sacándole sonrisas se entristece.
A propósito o no, él es la persona que más bien le hace, que le cura cualquier mal con un simple mensaje, le saca sonrisas y carcajadas constantemente.
Cualquiera que la haya visto esos días en los que él se borraba, y luego, cuando volvía, hubiera sentido la diferencia abismal en su persona.
 
Brilla cuando lo tiene ahí, cerca suyo a través del celular.
 
Suena exagerado y asquerosamente cursi, sí, pero el que no está dentro de su piel no puede entenderla.
Patético también, agradecer la presencia de alguien vía celular, una persona que no está ahí con ella, para contenerla y abrazarla.

 Pero ella no se cansa, no, sigue en pie, hablándole, tratando de aprovechar cada momento al lado suyo, cada risa, cada palabra.
Él en cambio vive las cosas diferente, si la tiene cerca, bien, y sino también.
Abismal diferencia entre ellos.
Pero la misma enfermedad los une.
Se pelean, se borran, dejan de hablarse, y al tiempo vuelven, el uno hasta el otro.
No importa quién busca a quién, no importa quién se borró.
Vuelven, siempre vuelven.

Algo los ata, algo no los deja avanzar, a ninguno de los dos.

Por lo pronto tengo que interrumpir este relato, me suena el celular, la remera verde me escribe, esbozo una sonrisa...

¿Y ahora?