Busco la manera de expresarme, espero que esto sirva. Encuentro mi lugar en el mundo con el simple hecho de abrir un libro.


15 de enero de 2015

¿Y AHORA?

¿Cómo podía explicar ella la manera en la cual se le infló el pecho cuando lo vio venir de frente?
Aún peor, cuando le vio la sonrisa. Esa culpable de sus noches en vela, de sus insomnios y de sus sueños sin sentido.
 
Ella tiene pocos recuerdos de esa noche, bah, noche, de esa hora y media que lo tuvo enfrente, hora y media que tardó casi dos años en llegar.
Tantas angustias, tantos enojos, tantas puteadas, tantas risas en el medio, tantos llantos (de alegría y de tristeza), tantas noches en vela sonriéndole a una pantalla que, suponía ella, cada tanto devolvía la sonrisa.

Todo eso centrado en el momento en que lo vio llegar por Santa Fe, con su remera verde de Los Piojos, su barbita de 3/4 días sin afeitar y su sonrisa colosal.

No se acuerda exactamente qué sintió, cree que estuvo al borde del llanto, de ese llanto feliz y desgarrador que la libra de la tensión, ese llanto que significa "viniste, estás acá, sos real".
Sabe que automáticamente caminó a su encuentro, que lo abrazó. No sabe si le dijo algo, supone que sí. Cualquiera diría algo en esa situación.

Solo recuerda estar en sus brazos y no tener ganas ni fuerzas para soltarlo. Sentía que si lo soltaba se iba a esfumar, a desvanecer, que él era un fantasma producto de sus ansias.
 
No. Ahí estaba.

Lo había soltado y no había desaparecido.
 
Tenía que darle algo, y después era libre de irse.
Esa bendita entrada para el recital, esa que él no había ido a buscar hasta donde tenía que buscarla y que habían quedado en que ella se la diera en la puerta.
 
Por alguna razón no le dio lo que tenía que darle.
No quería que se fuera.
Lo quería ahí, con ella. 

Después de casi dos años de querer tenerlo enfrente ¿iba a dejar que se fuera a los cinco minutos de haber llegado?
¡NI LOCA!

No. Lo iba a "obligar" a quedarse con ella.
 
Egoísta, sí.

Reteniendo la entrada, reteniéndolo.
 
Buscó excusas para no dejarlo entrar al recital. Le convidó una birra. Él aceptó, claro... No se iba a negar a la Quilmes helada.
 
Y después no sabe, pocos recuerdos tiene de ese tiempo, pero hay uno latente, que se repite desde ese sábado cada vez que ella apoya la cabeza en la almohada:
 
Está él enfrente suyo. Los dos parados. Él se está riendo, con ganas y con la birra en la mano. Ella embobada. Mirando su sonrisa, la culpable de tantos mambos, la culpable de todo. Pensando que ese chico es su paisaje favorito en todo el mundo,  pensando en sus ganas de congelar el tiempo en ese momento, que la hora no pase, que él no se vaya nunca.
 
Después sabe que hicieron la cola para entrar al recital, juntos.

Entraron y se separaron.
 
Cada tanto ella le iba a cantar en la cara, cual resentida, esos temas que siempre hacen que el corazón le duela un poquito, que su herida sangre.
 
Termina el show, ella saca las cosas del guardarropas y tiene un mensaje suyo.
 
Ahí empieza lo feo, su miedo a que se borre, su angustia, sus ganas de salir corriendo a buscarlo.
 
No se borró, al contrario, agradeció la entrada y la Quilmes.
Y su entretenimiento de ebria esa hora y media que estuvieron juntos.
 
 
Volvieron a eso que tanto bien le hace a ella, horas interminables de charlas y risas, de secretos, bromas, puteadas (de ella), enojos (de ella) y celos (de ella, claramente).
 
Pero adentro suyo están siempre esas mismas preguntas:
 
¿Y si se borra de nuevo?
¿Y si no lo vuelvo a ver?
¿Y si no tengo nunca más su abrazo?
¿Y si cae con alguna mina?
¿Y si se cansa de soportarme?
 
De solo pensar esas cosas se angustia, se pone mal, se le llena el pecho de silencios.

No toleraría la idea de volver a "perderlo".
Sí, entre comillas, porque no es suyo, nunca lo fue, y duda que lo sea alguna vez, pero lo tiene, aunque sea hablando, lo tiene. No quiere perder eso, su presencia. Sin importar que sea a través de una pantalla.
 
Tanto tiempo y tantas cosas pasaron desde aquella vez que empezaron a hablar que no hay manera de vaticinar algún tipo de final.
 
Eso la mantiene en vilo.
 
No es capaz de comprenderlo, de entender qué cosas pasan por su cabeza cuando le dice que es lo mejor, que no hay nada igual a él, y él se ríe, sólo se ríe, no sabe qué contestar.
Siempre lo mismo.
Ella tirando las cartas sobre la mesa. 
Él jugando a lo seguro.
Y ni siquiera, porque así tirara todas las cartas estaría jugando a lo seguro.
Porque ella sabe qué quiere. Siempre lo supo.
 
Cualquiera le diría "¿para qué seguís insistiendo? Es una causa perdida".
Y sabe que lo es. 
Pero no puede alejarse, no quiere, de solo pensar que no lo va a tener sacándole sonrisas se entristece.
A propósito o no, él es la persona que más bien le hace, que le cura cualquier mal con un simple mensaje, le saca sonrisas y carcajadas constantemente.
Cualquiera que la haya visto esos días en los que él se borraba, y luego, cuando volvía, hubiera sentido la diferencia abismal en su persona.
 
Brilla cuando lo tiene ahí, cerca suyo a través del celular.
 
Suena exagerado y asquerosamente cursi, sí, pero el que no está dentro de su piel no puede entenderla.
Patético también, agradecer la presencia de alguien vía celular, una persona que no está ahí con ella, para contenerla y abrazarla.

 Pero ella no se cansa, no, sigue en pie, hablándole, tratando de aprovechar cada momento al lado suyo, cada risa, cada palabra.
Él en cambio vive las cosas diferente, si la tiene cerca, bien, y sino también.
Abismal diferencia entre ellos.
Pero la misma enfermedad los une.
Se pelean, se borran, dejan de hablarse, y al tiempo vuelven, el uno hasta el otro.
No importa quién busca a quién, no importa quién se borró.
Vuelven, siempre vuelven.

Algo los ata, algo no los deja avanzar, a ninguno de los dos.

Por lo pronto tengo que interrumpir este relato, me suena el celular, la remera verde me escribe, esbozo una sonrisa...

¿Y ahora?








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