Era la hora de enfrentar la verdad.
Tiempo largo había pasado y sus ganas eran las mismas.
Esos ojos que llenaban de luz sus partes oscuras se le fueron acercando.
Iba a pasar.
Iban a hablar.
Tiempo largo había pasado y sus ganas eran las mismas.
Esos ojos que llenaban de luz sus partes oscuras se le fueron acercando.
Iba a pasar.
Iban a hablar.
Ella se pasó la mano por la cara, desde la frente hasta la pera, de izquierda a derecha. Los nervios hacían que se mordiera los labios, que jugueteara con las piernas, que rompiera las hojitas inocentes del pobre árbol que le tendía sus ramas/brazos en esa plaza.
Él no estaba mejor que ella, siempre había sido un pibe cauteloso, vergonzoso.
Ella no, siempre había sido extrovertida y sociable, el centro de atención en cualquier lado al que fuera.
Se saludaron, se abrazaron, bah, ella lo abrazó, muy fuerte, él solo recibía su abrazo.
Se sentaron, con una distancia entre los dos en la cual podría haberse sentado otra persona.
Ninguno se animaba a hablar primero, a romper el hielo.
Ella habló. Le sonrió y le dijo que tenía muchas cosas que contarle, que no quería callarse más.
Él le devolvió la sonrisa, y en ese instante, a ella se le iluminó el alma.
Dolores empezó a hablar (como siempre) y era imposible callarla, enganchaba tema tras tema de cosas que a ninguno de los dos le importaban, pero no quería que hubiera silencios. Los silencios la incomodaban, le activaban el bocho.
Decidió dejar de dar vueltas e ir directamente al tema principal.
Empezó diciéndole lo mucho que él significaba para ella, lo bien que le hacía, las ganas de tenerlo siempre al lado, de abrazarlo hasta dejarlo sin aire, de curarle las heridas y el alma, de ayudarlo a avanzar y de enseñarle a confiar.
Leandro se quedó mudo, si bien ella se lo había dicho por mensaje, veces anteriores, tenerla enfrente así, tan abierta de alma y exponiendo su corazón le tocó su fibra más íntima.
Sin darse cuenta, él se acercó y la abrazó, le nació de adentro. La abrazaba y no podía soltarla, no quería.
Ella, sin entender el no haber recibido respuesta pero sí un abrazo, temió lo peor.
Lo abrazó con todas sus fuerzas, pensando que esa era su despedida, que ya estaba, que él se iba a ir, que había vomitado toda su verdad al pedo, que lo había ahuyentado una vez más.
De repente, Leandro se separa, la suelta, se aleja y se queda tildado, mirando a la nada.
Ella se acelera, sus ansias pueden más, y mientras corre una lágrima por su mejilla le dice "listo, está todo bien, andate".
Él empieza a reírse, y entre risa y risa le dice "Calmate, Dolores, no me voy a ningún lado, me quedé mudo porque me pasa lo mismo, me haces bien, no quiero alejarme de vos".
Dolores se limpia la cara, lo mira y le dice "sos un pelotudo, Leandro ¡podrías haber hablado eh!" y se empieza a reír con tantas ganas que los fantasmas que la venían persiguiendo se disipan para siempre.
***
Le suena el despertador, Dolores se levanta y mientras se cepilla los dientes se acuerda del sueño que acaba de tener.
Pasa por la puerta de la heladera, y mientras agarra una empanada de carne que sobró de la noche anterior, se fija que el calendario marca que es jueves, esboza una sonrisa y dice en voz alta "hoy lo veo".
Se viste y se va a trabajar, pensando en el sueño, pensando en que dentro de poco era su hora de enfrentar la verdad y que esos ojos, los que iluminaban su oscuridad, se iban a ir acercando de a poco...
Pasa por la puerta de la heladera, y mientras agarra una empanada de carne que sobró de la noche anterior, se fija que el calendario marca que es jueves, esboza una sonrisa y dice en voz alta "hoy lo veo".
Se viste y se va a trabajar, pensando en el sueño, pensando en que dentro de poco era su hora de enfrentar la verdad y que esos ojos, los que iluminaban su oscuridad, se iban a ir acercando de a poco...
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