Busco la manera de expresarme, espero que esto sirva. Encuentro mi lugar en el mundo con el simple hecho de abrir un libro.


17 de julio de 2019

SOLTAR

Pará, calmate.

Mantra que me digo a mí misma día por medio cuando sé que estoy al borde del colapso, cuando sé que estoy por mandarme una cagada (que igual me termino mandando), cuando alguien me pone los nervios de punta, o cuando simplemente me levanté con el pie izquierdo y siento que todo me sale mal.
La mayoría de las veces mucho no funciona, si tengo que ser sincera, la calma no es uno de mis estados habituales.

Pero, ¿por qué decir el mantra entonces? 
¿Por qué contar hasta 10 antes de gritar? 
¿Por qué ser paciente? 
¿Por qué no puedo tener un día de furia, un mes, un año?

Ahora la moda es soltar, somos todos tranquilos, todo nos resbala, ninguno es ansioso, ninguno sufre cuando le clavan el visto, al contrario, "todo se supera y se suelta".
¿Y si no quiero soltar?
¿Y si tengo ganas de deprimirme y hacer un mundo de un "visto a las..."?
Imponer soltar, es lo contrario a estar relajado, a que todo te resbale, es no dejarte ser vos mismo, es decirte que tu "problema" (el visto, o cómo te ignoró) no son válidos, porque siempre hay alguien peor que vos, hay problemas más grandes.

SÍ, YA LO SÉ.

No estoy comparando un mensaje ignorado con la desnutrición infantil, pero dentro de mis problemas, el visto es un puñal, el visto no me es ajeno, es visto me lo clavaron a MI. 
¿Cómo no hacerlo personal y no tomarlo a mal?
Ahora empiezan todos a tildarte de egoísta, vengan nomás, los espero, no me molesta sentarme con cada uno a revisar todos los actos de su vida y ver que no soy la única egoísta, pero sí la única que lo admite.

Pará, calmate.

Vuelvo al principio, a mi mantra, a tratar de sacarme de la cabeza mi mal día, porque hoy mi mal día fue un "visto", mañana quizás un acorde de la guitarra que no suena como tiene que sonar o algo que sabía que no tenía que hacer pero hice, y me terminó destruyendo por dentro.

En fin, soltar, qué palabra de mierda.



31 de octubre de 2016

ÚLTIMA SOGA

-Me gustás una bocha.
Te dije.
Te reíste nervioso, dijiste que no podías gustarme, que merezco algo mejor, que vos para esas cosas no servís.
Ahí me reí yo, te pregunte si realmente creías esas cosas que decías o si eran solo para convencerte a vos mismo, así evitás sufrir si algo sale mal.
Te enojaste, me ignoraste, elegiste la indiferencia para pegarme donde más me dolía.
Tiempo después pudimos hablar de nuevo, por mensaje (dar la cara no era opción, dijiste) y entre palabrerío barato y excusas de manual largaste un "no me esperes, si se da, se da". 
Lo peor que podías decir.
La incertidumbre de la espera, el no tener cosas concretas, es un motor para mí, siempre lo fue.
Cuando te escribo siento un nudo en la panza tan grande que me quedo sin habla, apenas respiro y solo puedo tipear y tipear hasta el hartazgo, hasta lograr liberar a mi cabeza de tu presencia constante, creo que ni siquiera pestañeo, por si se me va tu imagen inspiradora, tu risa contagiosa o por si se me esconde el pensamiento en la cabeza y no puedo sacarlo.
Todo lo que hago durante el día carga con tu fantasma, con tu presencia implacable recordándome que hay esperanza, aunque no mucha.
Conozco casi todos los detalles de tu vida, desde los banales hasta algunos más profundos, sé que no sos lo que suele gustarme, sos un quilombo.
Pero qué quilombo más hermoso que sos, che.
Si no fueras ese quilombo quizás no me gustarías tanto, serías otro que pasó por la vereda enfrentándome y me di vuelta a mirar.
Uno más del montón.
Pero tuve la suerte (¿suerte o desgracia era?, ya no me acuerdo) de conocerte mejor, y de ver que eras más que una sonrisa hermosa y unos ojos cautivadores, eras un quilombo, un quilombo hermoso.
Y sí, ya lo dije, pero me gusta repetirme a mí misma que sos un quilombo, a ver si se me ocurre cortarla con los jueguitos de querer salvar lo que no quiere ser salvado. Porque amás ser ese quilombo, no conocés otra versión tuya.
Yo no conozco otra versión tuya, quizás me das la chance de hacerlo y ya no me gustás tanto como ahora.
Quizás lo que me gusta de vos es eso que, para mí, te define.
Esa palabra hermosa que me gusta usar cuando mis amigas me preguntan cosas de vos, eso que sos, o aparentás ser, un quilombo, un quilombo hermoso.
Un quilombo en el que quiero meter la cabeza y hundirme de lleno, quiero dejar que me arrastres al torbellino que es tu vida, no quiero ser un quilombo (de a ratos siento que lo soy, sinceramente) pero quiero ser partícipe de tu quilombo.
Todo esto tendría que haberte dicho, pero no, te dije que bueno, que no había drama, que yo no esperaba nada, que solo quería que lo supieras.
Mentiras
Todas mentiras.
Cuando te lo dije y te reíste creí que era una risa nerviosa de esas que significan que te pasa lo mismo pero no sabías decirlo, pero no, era una risa nerviosa del estilo te mando al carajo despacito despacito porque me caes bien.
Aún sabiendo todo esto, o suponiéndolo, mejor dicho, sigo creyendo que sos un quilombo hermoso.
Y sigo queriendo gritarte entre risa y risa que me gustás una bocha, que no puedo manejarlo, que te veo así sea de lejos y me río sola.
Me hace feliz leerte, que pienses en mí aunque sea para una pavada, un detalle mínimo que no quiso ser mucho pero que para mí fue todo.
Me hace feliz tu abrazo, tu mirada cómplice cuando estás haciendo lo que mejor te sale.
Esa, justamente, esa mirada medio de lejos y entre la muchedumbre es lo que me tiene atada, hay cientos de personas y me mirás a mí, una y otra vez.
¿Por qué?
¿No sería mejor ignorarme, o decirme que nunca va a pasar?
Diciéndome que "si se da, se da" algo de esperanza me revoleaste por arriba del cantero, la atajé con tantas ganas...
Mirándome como me mirás entre esa muchedumbre también tirás una soguita, a la que me aferro para poder subir y llegar.
Pero nunca llego.
Se corta la soga, o es una soga infinita y termino rindiéndome.
Me quedo ahí, esperando la próxima soga, a ver si esa es la que definitivamente llega a vos, pero no.
Vivo pensando cuál será la última soga.
¿Habrá pasado ya?
Y estas sogas que tengo acá ¿solo son ilusiones mías?
Dale, tirá una soga que no se corte, una que no sea infinita y me obligue a abandonar, tira una última soga, que te juro que voy a llegar, como sea, pero voy a llegar.  Pero sin la soga que sirve de guía, no puedo.
Con o sin soga, siendo o no un quilombo hermoso, me gustás una bocha, y no puedo cambiarlo, no quiero cambiarlo, no debo cambiarlo.
Prefiero seguir acá, con la esperanza intacta, creyendo que en algún momento, de ese quilombo hermoso va a salir una última soga, que me hunda en el torbellino.




24 de octubre de 2016

LA EMBARRASTE, MACHO

"Tan ideal, ella sonríe, sabés que no es para vos..." suena en el auto esa canción y te ponés a pensar en cuántas veces la viste sonreír.
Millones.
¿Todas fueron para vos?
Aquella tardecita de mates en el parque, que miraba la nada y sonreía, ¿era porque estabas vos ahí? ¿O se estaba acordando de alguna conversación que había tenido la noche anterior?
Y la vez que estaban por Corrientes caminando de la mano, que cantaba bajito esa canción que tanto le gustaba y sonreía ¿era por vos o por él?
Ni pensar en aquel recital, que sonó ese tema que siempre la hacía llorar, pero esa vez se puso a sonreír de oreja a oreja, ¿qué había cambiado?
Todas estas dudas asaltan tu mente solo por un verso de esa canción que venías escuchando mientras manejabas.
La venís notando rara hace un tiempo ya, pero crees que la relación "maduró", o ella maduró, las cosas no son como al principio; ella está más calmada, más tranquila, características atípicas en su persona. 
Su risa exagerada ya no inunda los pasillos de la casa, se rie poco y bajito.
Pero ciertos días vuelve a ser la del principio, brilla, todo la hace reír de esa manera exagerada que tanto amás, todos los problemas desaparecen. 
No entendés porqué, no sabés porqué. Y no estás seguro de querer saberlo o entenderlo.
En el fondo de tus pensamientos, allá, donde duele, se te ocurren una y mil cosas.
De repente te quedás mudo, no podés ni pensar, te cayó la ficha (o eso crees).
¡Cómo duele, hermano!
Vive pegada al celular, pero esas tardes o noches en las que está risueña, ni lo toca, no se le acerca...
¿A qué le tiene miedo? "A que le llegue un mensaje y no poder contestar porque estás vos" te respondés.
¿Será así, como vos creés? ¿Habrá un "él" que la hace brillar como vos lo hacías antes? ¿La estás perdiendo?
Sumergido en vos, no la escuchaste llamarte diez veces por tu nombre, se enoja, y recién ahí la escuchás: "Amor, el sábado salgo con las chicas, ¡¿me escuchaste?!".
¿Saldrá con las chicas?
¿Se verá con él?
¿Y si la sigo a ver a dónde va?
Todas las preguntas se cruzan por tu mente en un segundo, y le respondés calmado, como solés hacerlo: "¿cuando terminás querés venir a dormir para acá?".
(Qué cagón fuiste, qué cagón sos... ) pensás.

Llega el sábado y la ves prepararse, se ducha despacio, canta mucho, se maquilla con cuidado y se pone ese vestido que tanto te gusta verle puesto.
Nada de eso es para vos, se está yendo con ¿las chicas?
Eso dijo.
Está radiante, espectacular, y no porque vaya a verte a vos...
Agarra su cartera, el celular, lo revisa, estalla en una carcajada (algo que leyó, seguramente) y te dice que ya se va.
La besas, con ganas, con miedo y con enojo.
La acompañas a la puerta, insistió en no dejarte acompañarla al colectivo (raro, pensás), estás por abrirle para que se vaya y no aguantás, la mirás fijo, con cara de tristeza y desolación y le decís:
"¿Te vas con las chicas en serio? ¿O me estás mintiendo y te ves con un tipo?"
LA EMBARRASTE, MACHO.
Enojada, saca el celular y abre la conversación del grupo de "Las chicas", entre emoticones de corazón y copitas está la propuesta de la salida del sábado, la confirmación de ella, de las amigas, direcciones y horarios, incluso fotos de vestimentas y consejos, todo muy de mina.
Querés morderte la lengua, hundirte en un pozo y no salir más.
Sabés que se está yendo, enojada, a ver a las amigas y después a bailar o algo así decía el mensajito que leíste.
¿Le pedís perdón? ¿Te hacés el boludo?
No terminás de elegir qué hacer y ella habla, de tu poca confianza, de tus celos, de tus arranques, y de hace cuánto crees que te viene mintiendo y por qué lo pensaste.
Respondés lento, temblando, pensás cada palabra mil millones de veces, pero se te escapa un "ya no sos la de antes".
LA EMBARRASTE DE NUEVO, MACHO.
Te suelta palabra tras palabra sobre el porqué no es la de antes, te usa de excusa, ponés caras de incredulidad, se harta y te dice: "Él me hace reír, es inofensivo, no pasó nada. Después hablamos las chicas me esperan".
Y se va.
Se te cayó el mundo, y no se va a levantar.
¿Para qué le preguntaste? 
¿Cómo seguís ahora?

No te habla en toda la noche, sabés que está enojada, aunque no entendés porqué si al fin y al cabo vos tenías razón, había un pibe.
Según ella era inofensivo, pero vos sabés que ningún hombre que hace reír a una mujer es inofensivo, eso creés, al menos.
Te repetís mil veces que para vos la amistad entre el hombre y la mujer no existe y para ella sí, que tenés que entenderla, que no mintió, es un amigo, por eso no te dijo nada.

Son las ocho de la mañana y te dice que no duerme en tu casa, se queda en lo de su amiga porque no quiere verte ahora.
Te quedás tranquilo, cuando hace esas cosas es porque pronto se le va el enojo, siempre fue así.
A las tres de la tarde le mandás un mensaje y no recibís respuesta. 
Primero te preocupás.
Al rato empezás a pensar "¿Y si no durmió en lo de la amiga y está en lo del tipo?".
Le escribís cinco veces más, la llamás, y no obtenés respuesta.
Estás enojado, convencido de que está con el tipo, te sentís un gil, le creíste que era inofensivo.
Escribís una vez más, enojado, en mayúsculas, y con insultos de por medio, la acusás de mentirosa, infiel, y otras cosas que no voy a decir.
Pasan cinco minutos y responde, con una foto, está en lo de la amiga, recién se levantan, están matadas, desayunando, se ve el diario de hoy y el reloj que tiene la amiga en la cocina marca la misma hora que el reloj de tu celular, la cara de ella es peor que la cara del mismo Diablo.

LA VOLVISTE A EMBARRAR, MACHO


2 de agosto de 2016

INCERTIDUMBRE

Borré y reescribí esto tantas veces que no recuerdo si hablaba de amor, de medicina o de la intolerancia a la lactosa; pero eso suele pasarme siempre que te pienso: me pierdo. 
Quisiera poder decir que me pierdo en vos, pero no, me pierdo en mí.
Me pierdo ensimismada en la idea de tenerte cerca, aunque te tenga lejos.
Es difícil explicar la situación, bah, es demasiado fácil y eso me aterra.
El capricho de tus ojos me desvela, me ata el recuerdo de tu sonrisa.
¿Quién lo iba a decir? Caí rendida ante una ínfima mueca de tu persona.
Una mueca y se me vinieron todos los esquemas abajo. 
Una sonrisa, TU sonrisa, y tiré todo por el balcón para empezar de nuevo.
¿Vale la pena preguntarse si uno hace lo correcto con su vida solo por una sonrisa?
Mejor dicho, ¿esa sonrisa merece que te replantees toda tu vida?
Sí, y no lo sé.
Ese es el gran problema de todo esto, que no puedo descifrar si esta agonía vale la pena.
Hemos hablado incontables veces para descifrar este enigma, y siempre se resume en lo mismo: nada.
Si está todo dicho, si no hay nada por hacer, si la decisión está tomada hace tiempo ¿por qué seguimos dando vueltas?
¿Por qué lo seguimos considerando? ¿Por qué no me canso de intentar? ¿Por qué no te cansás de buscarme?
Si vos te cansaras, quizás (solo quizás) yo te borraría de mi mente poco a poco.
Pero no lo hacés.
Y no lo hago.
Son contables con una mano las veces que sentí el roce mínimo de tu piel, sin embargo eso alcanzó para ponerme a temblar como hoja en el viento.
Qué poco me entiendo, che.
Llegué al punto de no saber lo que quiero, como siempre al final de mis escritos, como siempre al final de cada pequeña etapa de mi vida.
¿Será que quiero todo y no puedo decidirme?
¿Será que no quiero nada?
¿Será que te quiero a vos?

Algún día voy a encontrar las respuestas a tantas preguntas, hoy no, vivo feliz en mi incertidumbre.

12 de enero de 2016

ESO TIENE QUE ESTAR CLARO

Busco encontrarte en cada sitio al que voy, ver tus ojos, tus manos, tu boca que tantas sonrisas me regaló y tantas noches me salvó. Pero sólo quedan cenizas.
¿Qué nos pasó? ¿En qué momento nos convertimos en esto?
Pasamos de ser dos a ser uno y uno, no es lo mismo, no se siente igual.
Siempre pensé que era imposible amar a alguien más de lo que se debe amarse a sí mismo, me equivoqué. 
Te amé más de lo que me amaba. 
Te amé más de lo que vos me amabas.
Ese fue el gran error. Dar el todo por la nada.

Entonces decidí dejar de dar; entonces te diste cuenta de cómo poco a poco fuiste perdiéndome, 
sin importarte.

Ahora que me perdiste del todo, es que te das cuenta de lo poco que luchaste por retenerme, por retenernos.
No te imaginás la cantidad de veces que, teniéndote a mi lado durmiendo, lloré, sintiendo que estabas conmigo por comodidad. 
Tenía razón, eso es lo que más me duele. 
Saber que todo el tiempo tuve razón. 
Nunca me quisiste, no sabés querer, apenas te querés a vos mismo, y ese es todo el amor que tenés para dar.
No me alcanzó, y tampoco necesitaste que me alcanzara.
Yo te amaba, vos te amabas, ese amor te bastaba, ese amor egoísta te colmaba.
¿A quién le importaba qué era lo que yo necesitaba?
A nadie. Ni siquiera a mí.

Hoy me hago cargo de la culpa, no tendría que haberte amado tanto, tendría que haberme amado, y al amarme, haber notado que no me amabas, pero estaba ciega.
Al abrir los ojos, lo peor no fue darme cuenta de esta realidad, y menos que menos, decirte todo lo que había estado pensando; lo peor fue darme cuenta que a pesar de todo, por más que quiera amarme antes que amarte, no puedo.

Nunca voy a poder.

Amarte me completa, me da la felicidad que necesito y la paz que siempre quise. Al menos, así era hasta que tu inexistente amor hacia mí se hizo evidente.

Ahora solo queda un hueco, que costará llenar.

Habrá otros, que me amen de verdad.

Pero jamás voy a ser capaz de amar a alguien como te amé a vos. 

Eso tiene que estar claro.

Y el día que aprendas a amar, a ver más allá de tu ombligo, quizás esté esperándote en nuestro bar, sentada en el mismo lugar de siempre, con la botella de tequila vacía.

O quizás esté en tu sombra, persiguiéndote, y recordándote, que nadie te va a amar como yo te amé.

29 de noviembre de 2015

EGO LASTIMADO

Desde chiquita intenta volar (cerrando los ojos y estirando las manos) pero nunca puede elevarse, sus pies no dejan la tierra. 
Luego se cansa de estirar sus manos y ponerse en puntitas de pie sin lograr resultados, y se sube al árbol que tiene más cerca, se sienta en la rama más alta que encuentra y deja sus pies colgando.
Es lo más cerca de volar que está, es lo más lejos del suelo que llega.
Mientras "vuela", a su manera, piensa en todas las cosas que salieron mal en su vida, no sabe porqué, pero siente que su catarsis es pensarlas una y otra vez, y jugar al "que hubiera pasado si...".
Siempre llega a la misma conclusión; se siente tonta, siente que tomó malas decisiones, y se queda conforme sintiéndose inútil. Y eso es lo que más rabia le da, su conformismo a su inutilidad.

Hace ya veinticinco años que vive así, de torpeza en torpeza, culpando a su inutilidad de todos sus errores y desaciertos, sin tratar de encontrar el verdadero foco del problema.

Cierta tarde de abril, mientras vuela y recuerda su última relación fallida, nota que esta vez, el juego que tanto le divertía, ya no la divierte, al contrario, la angustia. El pensar en su inutilidad y su mala elección, hacen que rompa en un llanto desconsolado y se caiga del árbol.

Ahora, no solo tenía un tobillo roto, sino que tenía la cabeza hecha un desastre, ¿por qué ya no la divertía su juego? 

Pasó noches y noches en reposo, sin poder volar, y sin poder pensar en otra cosa que no fuera su última mala decisión. Llegó a la conclusión de que esta vez, no había sido culpa suya, sino de su pareja, bueno, ex pareja. Sacó su rabia, le mando mensajes, lo llamó, le dijo toda la gama de insultos que se le cruzaron por la cabeza y algunos más. 
Esta vez, no había sido culpa de su inutilidad y eso le carcomía el alma. 
Si el error era suyo, podía remediarlo, y cuando no quería remediarlo era porque estaba feliz con su error, pero esta vez, la felicidad se le iba de las manos por elección ajena... 
¿Cómo se hace cuando te arrebatan la felicidad? 
¿Cómo se sale adelante?

Se dio cuenta que no solo tenía el tobillo roto, sino que también le dolía el ego. 
¿Cómo se cura el dolor del ego? 
¿Con ibuprofeno cada 8 horas y hielo deja de doler? 

Después de tres semanas de reposo decidió volver a volar, no tenía el apto médico pero no le interesaba, ella sabía que la cura a todos sus males era tener sus pies colgando sin tocar el suelo.
Con más dificultad que otra cosa logra subir a la rama más baja, no es a la que prefería subir, pero no tiene otra opción ya que su tobillo poco apoyo le proporciona.
Una vez volando, vuelve a pensar en los errores recientes, pero nada encuentra lugar en su mente, que está completamente ocupada en buscar una solución para el dolor del ego. 
Decide tomar la salida rápida, la fácil, y se dice a sí misma en voz alta "un clavo saca a otro clavo, y si no lo saca, lo entierra, todo sirve".
Habiendo encontrado la solución que ella cree certera, deja de volar y va a cenar, decidida a llamar a sus amigas y salir esa noche en busca del clavo que pueda ayudarla a sanar su ego.

Después de muchas copas (mezcladas con ibuprofeno), parte hacia un boliche cerca de Palermo que abre sus puertas para re inaugurar una pista. Pasa horas bailando y tomando, hasta que siente una mano en su cintura y una voz fuerte y grave en su oído que le dice "sé qué estás haciendo acá, conozco esa mirada, me presto para el juego, soy Marcos", estupefacta, se da vuelta para verle la cara a "Marcos"

Un morocho de barba se hace presente ante sus ojos, con una sonrisa hermosa, dispuesto a ser ese clavo que ella con sus ojos imploraba que apareciera entre la muchedumbre.
Charlan mientras siguen tomando alcohol, mucho alcohol.
Cuando los pajaritos empiezan a piar, decide volver a su casa a dormir, su tobillo le rogaba pronto descanso, y aunque la conversación con Marcos era entretenida, no bastaba para mantenerla del todo despierta. Se pasan sus números de celular, ambos esperando un segundo encuentro, más a solas y con menos ruido.

Una semana después del encuentro en el boliche, Marcos decide mandarle un whatsapp y quedan en verse en el departamento de él esa misma noche, para cenar juntos y charlar.

Al llegar, la primera impresión que ella tiene de Marcos es otra, ya no es el morocho de barba y camisa que en el boliche le había hablado al oído, sino que con una remera, unos cortos de fútbol, descalzo y con el pelo mojado, se vuelve más humano. 
Al entrar al departamento, nota que está todo ordenado prolijamente, y que el ambiente está repleto de un olor a comida casera que ella no logra descifrar y un solo pensamiento invade su mente "y si en vez de encontrar un clavo, encontré algo más?".
Después de cenar y charlar, deciden ver una película... No hace falta aclarar que poco importó la película una vez que se miraron a los ojos y se besaron.

En ese instante, ella descubrió cuál era la cura para el ego lastimado; no era sacar un clavo con otro, era enamorarse. 
Y en ese beso ella aprendió, por fin, a volar.

10 de noviembre de 2015

MIEDOS

Se levantó y automáticamente pensó en él. 
Una palabra suya bastaba para llenarla de paz. 
Una mínima sonrisa de él restablecía el orden y la calma a su vida. 
Día a día agradecía el tenerlo a su lado. 
Sabía que las mejores horas, las más felices, habían sido en su compañía.

¿Qué hacer ahora que no lo tiene? 
¿Cómo seguir?

¿Hay vida después de él?
¿Se puede vivir sin amor?

Se mortifica preguntándose centenares de cosas, en ningún momento se imagina alguna respuesta. 

Su diversión consiste en torturarse. En extrañarlo. 

Recuerda cómo se derretía de amor al mirarlo a los ojos, recuerda esos minutos en silencio, donde ellos solo se miraban, se sonreían, sobraban las palabras, en un beso se decían todo. 

¿Se puede vivir de recuerdos? 

Entre pensamiento y pensamiento la nostalgia la toma por sorpresa recordando el día que se conocieron, sus nervios eran inmensos, sus ansias aún mayores, contaba los segundos para abrazarlo pero, cuando él llego, solo pudo hablarle, hablarle mucho, mezclar temas, gritarle, reírse, quejarse e incluso insultarlo. 
Durante el tiempo que duró esa charla ella fue mera espectadora, no controlaba su cuerpo, ni sus palabras, solo observaba sus ojos (los de él) y su sonrisa, que iluminaba toda la plaza.
Incluso recordó el primer beso, ese beso que le hizo descubrir que el amor existía y que lo tenia ahí, frente a ella.

Habían pasado meses de todo eso, pero no había día en el cual los recuerdos no la ahogaran y la hicieran llorar. 
A veces lloraba de tristeza, otras lloraba de felicidad. 
Pero hoy era diferente, hoy no lo tenía. 
Y sufría con los recuerdos. 
Sufría el imaginarse la vida sin él, sin tanto amor. 
Porque eso era lo que más le gustaba de él, el amor que le daba, cómo la llenaba de sentimientos que ella no se creía capaz de sentir. Pero era capaz, muy. 

Estaba enamorada hasta los huesos, hasta el alma.

¿Y si no se lo había dicho lo suficiente?

¿Y si por eso estaba sola ahora?
¿Cómo se deja de extrañar?
¿Cómo se mata a la nostalgia?
¿Cómo se olvida del primer beso?

¿Cómo sigue latiendo un corazón sin amor? 

Hace 30 minutos que no deja de preguntarse cosas y de evocar recuerdos. 

De repente, nota que el sonido de la ducha prendida que antes estaba ya no está. 
Se abre la puerta del baño y sale él. 
La mira, fijo, nota que tiene los ojos llorosos, que está perdida en sus pensamientos, la abraza (como puede, porque está parado y ella sentada)  y le dice "estás bien, mi amor?". 

Ella sale de su letargo, se seca las lágrimas, lo mira fijo y le responde "estoy mejor que nunca, desde que te tengo al lado soy la mujer más feliz del mundo, y de solo pensar que alguna vez puedas irte me falta el aire, sos el amor de mi vida, te amo como no sabía que era posible amar a alguien". 

Él se queda atónito ¿a qué venía esa declaración de amor tan repentina?

La agarra de la mano, la obliga a pararse de la silla en la que ella está, la abraza con una fuerza impresionante, mas fuerte de lo que nunca la había abrazado, y la besa, con una pasión indescriptible. 
Cuando termina de besarla la mira, ella lo mira a él, y eso es todo lo que hace falta.

Sus preguntas no necesitan respuesta alguna, él esta ahí y no va a irse nunca.



26 de enero de 2015

NO FUE UN SUEÑO

Otra vez la misma plaza.
Ella había pasado una semana haciéndose esa pregunta una y otra vez:¿y ahora?
Quizás hoy obtenga respuesta.
Desde la última vez que se habían visto, su sonrisa no se había borrado, había tenido el alma en paz.
Solo la incertidumbre del futuro, cosa que ella no soporta, el azar, la preocupaba.

Lo vio venir a una cuadra de distancia por Santa Fe (sí, de nuevo) con su remera  de Los Piojos (sí, otra vez, a propósito, a pedido de ella), con su barbita de 3-4 días sin afeitar y la misma sonrisa de siempre, su salvación.
Mientras él caminaba esa cuadra, ella tuvo deseos de irse, de huir, se encontraba a sí misma asustada, temblando.
Se puso extremadamente nerviosa, esta vez, estaba sobria y para peor, había quedado en jugársela y decirle a la cara todo lo que le pasaba.


Él llega y le da un abrazo tan enorme que la piba decide quedarse y bancarse la que venga, teniéndolo enfrente, todas sus dudas se disipan.

Empiezan a charlar, a dar vueltas sobre temas de interés general, sobre cualquier cosa que ocurriera a su alrededor.
Menos lo que ella quería decirle.
Menos lo que él quería escuchar.

Van a comprar la primer birra, ella no soportaba el estar tan sobria y faltaban 4 horas para que el recital empezara.
Esta vez, a la entrada se la había dado apenas él llegaba, si decidía quedarse con ella, era por elección propia, no como la vez anterior.
Para pasar tiempo, ella con su celular le saca una foto a él, se sacan dos juntos y ella se saca una sola.
Hablan durante casi dos horas, dos birras de por medio, y llegan dos amigas de ella.
Eran cuatro ahora, y ellos dos seguían sin hablar lo que tenían que hablar, lo que ella quería decirle.

Se van de la famosa plaza, a buscar un grupo de amigos cuadras para atrás.
Los encuentran, pero como ella quería hablarle, mientras todos estaban en ronda charlando y tomando, ellos se quedan a un costado.

Ella, armada de valor, empieza a hablar.

Le dice lo que quiere decirle, todas esas cosas que se había cansado de repetirle por whatsapp y por chat.
Él, mudo, cobarde, no emite sonido. La escucha, paciente, y se escuda bajo un "pero yo no puedo jugármela por nadie, no es un problema tuyo, es mío".
Ella, harta, cansada, empieza a llorar. No un llanto tímido. Un llanto desgarrador, un llanto liberador, llanto de estar callada año y medio y no haber tenido los huevos de 
decirle todo antes, llanto que más que llanto era un ruego, un enojo consigo misma.
Llanto que significaba un posible punto final. Ella ya estaba desbordada y superada por la situación.
Mientras ella llora desconsoladamente, él la abraza, la abraza fuerte y no la suelta.
Ella, sigue llorando y hablando, no puede más, está cansada de dar todo y no recibir nada.

¿Qué sentido tenía todo lo que venía haciendo ese año y medio si del otro lado no había recibido siquiera un "me gustás"?
Ni siquiera un "te quiero". No. Nada.

De repente, ella deja de llorar.

Él le dice algo...No importa qué.
Ella responde.
Quedan frente a frente.
Él la besa.

¡Año y medio y por fin se la había jugado!

¿Cómo poder explicar la manera en la que le explotó el pecho de amor a ella en ese instante?
Lo que tantas noches la había mantenido en vela, eso que tanto había soñado, se estaba haciendo realidad.
El corazón se le salía del pecho, no podía parar de sonreír.
Lo tenía ahí, con ella, lo estaba abrazando fuerte y no lo quería soltar.
Él tampoco a ella.
Estaban abrazados, sin decirse nada.
¿Para qué hablar? ¿Para qué arruinar el momento?

Ella decide romper con el silencio. Era hora de entrar al recital.

Entran y se separan.
Ella prometió que en ciertos temas volvería a buscarlo.
Toca la primer banda. Se mantienen lejos. En el interludio ella va a buscarlo. 

Ya lo extrañaba. Lo abraza y se le pega cual garrapata.
Arranca la segunda banda, lo deja y se va con sus amigas, esperando que suene alguno de esos temas para ir a buscarlo.

Termina el recital. No suena ninguno de los temas que ella había dicho, pero se van, juntos, a tomar el colectivo.
Toman el mismo colectivo, como habían quedado antes.
En el medio del viaje ella lo mira fijo y después de pensar mucho le dice "por qué carajo sos tan lindo? la puta que te parió".
Él empieza a reírse, ella al verlo reír, ríe.
No había nada en el mundo que le gustara más que eso, él riéndose y mirándola, él ahí con ella.
Después de todo, él era el culpable de que ella sonriera todos los días, de que estuviera bien anímicamente, de que saltara por la vida al compás de una canción que 
solo ella escuchaba y solo él le podía cantar.

Él se bajaba primero.
La besa una última vez y se baja.

Ella, para variar, empieza a hacerse la cabeza, su inseguridad no la deja pensar, y las mismas preguntas de siempre la acechan.
Llegaba a borrarse y esta vez sí, le dejaría el alma rota en millones de pedazos.

Se queda en el colectivo pensando y pensando mientras el celular la interrumpe.
Tenía un mensaje de él.
Irse no se había ido.

Llega a la casa, se acuesta y mientras habla con él.
Estaba agotada físicamente pero no podía dormirse. Había sido el día más hermoso de su vida. Había logrado lo que quería y era más hermosa la satisfacción que lo 
que ella suponía.

Se queda dormida.

A la mañana siguiente se levanta angustiada, pensando si todo lo que había pasado no había sido más que un sueño y si en realidad él no se había borrado hacía ya mucho tiempo. Va al baño, se lava los dientes, vuelve a la habitación, se viste y agarra el celular. Al agarrar el celular tiembla, mira fijamente la pantalla, la prende, y ahí estaba, un whatsapp de él que ella no había leído por quedarse dormida.
Lo lee y sonríe.
No había sido un sueño, no había imaginado nada, todo había pasado y ahí estaba ella, con el pecho explotándole de felicidad y una sonrisa inmensa en la cara.
No le quedó más que responderle, ir a su galería de fotos y mirar las que había sacado la noche anterior.

No tenía dudas, el año y medio de espera había valido la pena.




21 de enero de 2015

DESPERTATE, DOLORES

Era la hora de enfrentar la verdad.
Tiempo largo había pasado y sus ganas eran las mismas.
Esos ojos que llenaban de luz sus partes oscuras se le fueron acercando.
Iba a pasar.
Iban a hablar.

Ella se pasó la mano por la cara, desde la frente hasta la pera, de izquierda a derecha. Los nervios hacían que se mordiera los labios, que jugueteara con las piernas, que rompiera las hojitas inocentes del pobre árbol que le tendía sus ramas/brazos en esa plaza.
Él no estaba mejor que ella, siempre había sido un pibe cauteloso, vergonzoso.
Ella no, siempre había sido extrovertida y sociable, el centro de atención en cualquier lado al que fuera.
Se saludaron, se abrazaron, bah, ella lo abrazó, muy fuerte, él solo recibía su abrazo.
Se sentaron, con una distancia entre los dos en la cual podría haberse sentado otra persona.
Ninguno se animaba a hablar primero, a romper el hielo.
Ella habló. Le sonrió y le dijo que tenía muchas cosas que contarle, que no quería callarse más.
Él le devolvió la sonrisa, y en ese instante, a ella se le iluminó el alma.

Dolores empezó a hablar (como siempre) y era imposible callarla, enganchaba tema tras tema de cosas que a ninguno de los dos le importaban, pero no quería que hubiera silencios. Los silencios la incomodaban, le activaban el bocho.
Decidió dejar de dar vueltas e ir directamente al tema principal.
Empezó diciéndole lo mucho que él significaba para ella, lo bien que le hacía, las ganas de tenerlo siempre al lado, de abrazarlo hasta dejarlo sin aire, de curarle las heridas y el alma, de ayudarlo a avanzar y de enseñarle a confiar.
Leandro se quedó mudo, si bien ella se lo había dicho por mensaje, veces anteriores, tenerla enfrente así, tan abierta de alma y exponiendo su corazón le tocó su fibra más íntima.
Sin darse cuenta, él se acercó y la abrazó, le nació de adentro. La abrazaba y no podía soltarla, no quería.
Ella, sin entender el no haber recibido respuesta pero sí un abrazo, temió lo peor.
Lo abrazó con todas sus fuerzas, pensando que esa era su despedida, que ya estaba, que él se iba a ir, que había vomitado toda su verdad al pedo, que lo había ahuyentado una vez más.
De repente, Leandro se separa, la suelta, se aleja y se queda tildado, mirando a la nada.
Ella se acelera, sus ansias pueden más, y mientras corre una lágrima por su mejilla le dice "listo, está todo bien, andate".
Él empieza a reírse, y entre risa y risa le dice "Calmate, Dolores, no me voy a ningún lado, me quedé mudo porque me pasa lo mismo, me haces bien, no quiero alejarme de vos".
Dolores se limpia la cara, lo mira y le dice "sos un pelotudo, Leandro ¡podrías haber hablado eh!" y se empieza a reír con tantas ganas que los fantasmas que la venían persiguiendo se disipan para siempre.
***
Le suena el despertador, Dolores se levanta y mientras se cepilla los dientes se acuerda del sueño que acaba de tener.
Pasa por la puerta de la heladera, y mientras agarra una empanada de carne que sobró de la noche anterior, se fija que el calendario marca que es jueves, esboza una sonrisa y dice en voz alta "hoy lo veo".
Se viste y se va a trabajar, pensando en el sueño, pensando en que dentro de poco era su hora de enfrentar la verdad y que esos ojos, los que iluminaban su oscuridad, se iban a ir acercando de a poco...

15 de enero de 2015

¿Y AHORA?

¿Cómo podía explicar ella la manera en la cual se le infló el pecho cuando lo vio venir de frente?
Aún peor, cuando le vio la sonrisa. Esa culpable de sus noches en vela, de sus insomnios y de sus sueños sin sentido.
 
Ella tiene pocos recuerdos de esa noche, bah, noche, de esa hora y media que lo tuvo enfrente, hora y media que tardó casi dos años en llegar.
Tantas angustias, tantos enojos, tantas puteadas, tantas risas en el medio, tantos llantos (de alegría y de tristeza), tantas noches en vela sonriéndole a una pantalla que, suponía ella, cada tanto devolvía la sonrisa.

Todo eso centrado en el momento en que lo vio llegar por Santa Fe, con su remera verde de Los Piojos, su barbita de 3/4 días sin afeitar y su sonrisa colosal.

No se acuerda exactamente qué sintió, cree que estuvo al borde del llanto, de ese llanto feliz y desgarrador que la libra de la tensión, ese llanto que significa "viniste, estás acá, sos real".
Sabe que automáticamente caminó a su encuentro, que lo abrazó. No sabe si le dijo algo, supone que sí. Cualquiera diría algo en esa situación.

Solo recuerda estar en sus brazos y no tener ganas ni fuerzas para soltarlo. Sentía que si lo soltaba se iba a esfumar, a desvanecer, que él era un fantasma producto de sus ansias.
 
No. Ahí estaba.

Lo había soltado y no había desaparecido.
 
Tenía que darle algo, y después era libre de irse.
Esa bendita entrada para el recital, esa que él no había ido a buscar hasta donde tenía que buscarla y que habían quedado en que ella se la diera en la puerta.
 
Por alguna razón no le dio lo que tenía que darle.
No quería que se fuera.
Lo quería ahí, con ella. 

Después de casi dos años de querer tenerlo enfrente ¿iba a dejar que se fuera a los cinco minutos de haber llegado?
¡NI LOCA!

No. Lo iba a "obligar" a quedarse con ella.
 
Egoísta, sí.

Reteniendo la entrada, reteniéndolo.
 
Buscó excusas para no dejarlo entrar al recital. Le convidó una birra. Él aceptó, claro... No se iba a negar a la Quilmes helada.
 
Y después no sabe, pocos recuerdos tiene de ese tiempo, pero hay uno latente, que se repite desde ese sábado cada vez que ella apoya la cabeza en la almohada:
 
Está él enfrente suyo. Los dos parados. Él se está riendo, con ganas y con la birra en la mano. Ella embobada. Mirando su sonrisa, la culpable de tantos mambos, la culpable de todo. Pensando que ese chico es su paisaje favorito en todo el mundo,  pensando en sus ganas de congelar el tiempo en ese momento, que la hora no pase, que él no se vaya nunca.
 
Después sabe que hicieron la cola para entrar al recital, juntos.

Entraron y se separaron.
 
Cada tanto ella le iba a cantar en la cara, cual resentida, esos temas que siempre hacen que el corazón le duela un poquito, que su herida sangre.
 
Termina el show, ella saca las cosas del guardarropas y tiene un mensaje suyo.
 
Ahí empieza lo feo, su miedo a que se borre, su angustia, sus ganas de salir corriendo a buscarlo.
 
No se borró, al contrario, agradeció la entrada y la Quilmes.
Y su entretenimiento de ebria esa hora y media que estuvieron juntos.
 
 
Volvieron a eso que tanto bien le hace a ella, horas interminables de charlas y risas, de secretos, bromas, puteadas (de ella), enojos (de ella) y celos (de ella, claramente).
 
Pero adentro suyo están siempre esas mismas preguntas:
 
¿Y si se borra de nuevo?
¿Y si no lo vuelvo a ver?
¿Y si no tengo nunca más su abrazo?
¿Y si cae con alguna mina?
¿Y si se cansa de soportarme?
 
De solo pensar esas cosas se angustia, se pone mal, se le llena el pecho de silencios.

No toleraría la idea de volver a "perderlo".
Sí, entre comillas, porque no es suyo, nunca lo fue, y duda que lo sea alguna vez, pero lo tiene, aunque sea hablando, lo tiene. No quiere perder eso, su presencia. Sin importar que sea a través de una pantalla.
 
Tanto tiempo y tantas cosas pasaron desde aquella vez que empezaron a hablar que no hay manera de vaticinar algún tipo de final.
 
Eso la mantiene en vilo.
 
No es capaz de comprenderlo, de entender qué cosas pasan por su cabeza cuando le dice que es lo mejor, que no hay nada igual a él, y él se ríe, sólo se ríe, no sabe qué contestar.
Siempre lo mismo.
Ella tirando las cartas sobre la mesa. 
Él jugando a lo seguro.
Y ni siquiera, porque así tirara todas las cartas estaría jugando a lo seguro.
Porque ella sabe qué quiere. Siempre lo supo.
 
Cualquiera le diría "¿para qué seguís insistiendo? Es una causa perdida".
Y sabe que lo es. 
Pero no puede alejarse, no quiere, de solo pensar que no lo va a tener sacándole sonrisas se entristece.
A propósito o no, él es la persona que más bien le hace, que le cura cualquier mal con un simple mensaje, le saca sonrisas y carcajadas constantemente.
Cualquiera que la haya visto esos días en los que él se borraba, y luego, cuando volvía, hubiera sentido la diferencia abismal en su persona.
 
Brilla cuando lo tiene ahí, cerca suyo a través del celular.
 
Suena exagerado y asquerosamente cursi, sí, pero el que no está dentro de su piel no puede entenderla.
Patético también, agradecer la presencia de alguien vía celular, una persona que no está ahí con ella, para contenerla y abrazarla.

 Pero ella no se cansa, no, sigue en pie, hablándole, tratando de aprovechar cada momento al lado suyo, cada risa, cada palabra.
Él en cambio vive las cosas diferente, si la tiene cerca, bien, y sino también.
Abismal diferencia entre ellos.
Pero la misma enfermedad los une.
Se pelean, se borran, dejan de hablarse, y al tiempo vuelven, el uno hasta el otro.
No importa quién busca a quién, no importa quién se borró.
Vuelven, siempre vuelven.

Algo los ata, algo no los deja avanzar, a ninguno de los dos.

Por lo pronto tengo que interrumpir este relato, me suena el celular, la remera verde me escribe, esbozo una sonrisa...

¿Y ahora?